Lo único que
atine a hacer fue correr. Salí de aquel lugar sin pensar en nada más, quería
alejarme lo más pronto posible de allí. Las lágrimas brotaban de mis ojos sin
cesar, pero yo seguía corriendo. No me importaba ni la lluvia, ni mis zapatillas
blancas llenas de barro. No sabía de qué
huía, tampoco si me estaban persiguiendo, pero yo corría igual. Quería escapar
de aquel dolor que me estaba carcomiendo el alma. Pero era inútil, por más que
corriera kilómetros y kilómetros, vaya a donde vaya, ese sentimiento horrible
iba a seguir estando dentro de mí. Ese dolor, que después de tantos años
todavía lo tengo estampado dentro mío y sigue pinchándome el corazón como
aquella vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario