Quiso dejar por escrito todo, se estaba despidiendo, sabía que venía el final, lo presentía o tal vez sólo era que la tristeza no le entraba más en el cuerpo. Así que abrió su cuaderno y se despidió de todos, les dejo su amor a toda la gente que lo había marcado en su vida, incluso a los que ya no participaban más de ella, hasta le dedicó un par de líneas a esa persona que nunca llegó a ser nada, pero que significó todo. Porque de eso se trataba, de reever y de hacer memoria de lo que cada persona le dejó. Muchos a los que les dejó escrito lo hicieron sufrir, pero por esos dolores que en su momento pincharon tanto, él era la persona que es ahora. Porque sino funcionó, está bien, es todo parte de la vida. Se volvió a plantear por vez número mil qué era el amor, y aunque sabía que nunca en lo que quedaba de vida iba a saber tener una respuesta concreta ante ese sentimiento tan hermoso y destructivo a la vez, supo que tampoco era necesario entenderlo, sino saber valorarlo en el momento en el que aparecía, porque el amor era como las persona que el más quiso en su vida, llega de repente y se va de igual forma.
Y así fue como finalizó la última hoja que le quedaba, simplemente cerro su cuaderno, dejó la lapicera a un lado, esperó a que sean las doce y con una mezcla de melancolía y felicidad, brindó por la llegada de otros 365 días.
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